La astrología está presente en los registros más antiguos del conocimiento humano. En civilizaciones pasadas, su uso era profundamente práctico y determinante: la gente cazaba, sembraba, migraba y celebraba de acuerdo con las estrellas, viviendo al ritmo de los ciclos naturales. Fue una herramienta de supervivencia y sabiduría que acompañó a la humanidad por siglos. Astrología y astronomía eran, en sus orígenes, una sola práctica ancestral.

Hoy, la astrología nos invita a observar los ángulos entre los planetas y su influencia energética sobre la vida en la Tierra, enseñándonos que el universo se mueve en armonía, y que cada ser es una parte esencial del todo.

Más allá de predecir, la astrología ofrece un modelo simbólico y profundo de la conciencia humana, actuando como un sistema de navegación espiritual. No se trata de hacer de la astrología algo absoluto, sino de usarla como un faro que orienta, que ilumina el camino y ofrece sentido en medio del caos.

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Así como nuestro cuerpo está compuesto de energía y elementos que resuenan con la creación misma, las nueve fuerzas planetarias representan distintas expresiones del alma. Lo que ocurre en el cosmos también ocurre dentro de nosotros. La posición de los planetas al momento de nacer revela cómo esas fuerzas se manifiestan en nuestro interior.

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La carta natal se convierte entonces en una guía sagrada, una herramienta de autoconocimiento que nos permite comprender nuestros procesos más profundos, dar sentido a los desafíos y alinearnos con los aprendizajes de cada etapa de la vida.

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La astrología no es un destino escrito, es una invitación a despertar. Puede ser una llave de transformación, una puerta hacia la sanación y la conexión espiritual con el universo. Es el arte de aprender a fluir con la vida, entre el cielo y la tierra.